Desde antes de aceptar esta columna, decidí no hablar jamás en ella sobre temas ajenos a la literatura, mucho menos de política ni crítica social, pero luego de darle muchas vueltas al asunto esta vez debo hacer una excepción, y se debe a que el atletismo está ligado a mi quehacer como escritor, incluso podría jurar que mi literatura le debe mucho a los corredores que me han compartido desinteresadamente su conocimiento para pulir mi técnica en la pista.
Desde que me mudé a Tijuana, me casé y comencé a hacer vida en la frontera el atletismo se me convirtió en una actividad obligada dentro de mi rutina. Correr a diario o cada tercer día entre cinco a nueve kilómetros no solo me ha dado un cuerpo bajo en triglicéridos y colesterol, sino la disciplina para rendir más frente a la computadora y la tranquilidad mental como para escribir con la mente despejada. Antes escribía por las noches, ahora lo hago en las mañanas y dejo las noches para reposar las ideas y los músculos. Y todo esto no lo logré solo. Sucedió gracias a Flor y a la enseñanza del entrenador que ha tenido la generosidad de aceptarme en su grupo de atletas adolescentes que entrenan en el CREA, todos chicos dedicados a sus estudios y con la idea bien firme de convertirse en corredores de alto rendimiento.
Cualquiera lo sabe, en la pista el único aliado y enemigo es uno mismo. Uno es capaz de decir “ya me cansé” o “no puedo”, y renunciar a la carrera, pero también uno es capaz de decir lo contrario y finalizar esa carrera contra el cansancio, el clima, las ampollas, los dolores musculares y el cronómetro para romper marcas. Pasa muy parecido con la escritura. Cualquier escritor sabe que él es el ritmo de su producción diaria, pues la escritura es un músculo que debe ejercitarse todos los días si en realidad quiere perfeccionar su estilo y finiquitar sus proyectos narrativos. Si no hay voluntad para pasar de dos a seis horas frente a la computadora obligándose a escribir cierto número de páginas o afinar la sintaxis, como diría Norman Mailer, no hay literatura.
Pero si me pongo realista y comparo a la escritura con el atletismo, puedo decir sin temor a equivocarme que los narradores -oficio que exige mucho tiempo y dedicación al escritor- les salemos debiendo a los corredores. Más a los fondistas que corren diariamente 10 kilómetros y defienden esta actividad como una profesión con la cual se ganan la vida y se hacen de una trayectoria o cierto renombre en la comunidad de corredores de la península.
No es lo mismo sufrir dolores de cabeza a causa de un personaje que te hace sindicato en una novela, o una palabra que no se deja encontrar para unirla con otras, a sufrir dolores musculares luego de haber corrido 22 km un fin de semana, o haberte enfrentado a la mentada pared en el km 17, momento en que te puede vencer la mente, haciéndote creer que tienes hambre, que estás cansado o que dolor en las plantas de los pies es más fuerte que tú.
La escritura es un trabajo intelectual que agota la mente. El atletismo, en cambio, es un trabajo físico y mental que puede dejar tumbado al atleta hasta por dos días en cama.
Pero si hablamos de apoyos o concursos que remuneran el trabajo del escritor y del corredor, los escritores somos privilegiados: al parecer nuestro país asistencialista apoya más a la literatura que al deporte. Algunos poetas han llegado a demostrar que en México se puede vivir dignamente ganando juegos florales mes con mes y disfrutando de una beca estatal que puede ayudar a pagar meses o hasta un año la renta y llenar de comida la alacena. En el atletismo no se corre con tanta suerte: la carrera que más dinero ofrece en Baja California es el medio maratón de Tijuana, sucede cada año, son muchos los competidores que se preparan para esta carrera, y el premio al primer lugar es de 25 mil pesos mexicanos. Aún así, si en el atletismo bajacaliforniano existiera el mismo número de competencias que de premios literarios y becas para escritores, un entrenador profesional no arriesgaría a su corredor a que participara en todas por temor a las lesiones.
Podría alargarme en comparaciones todavía mucho más importantes, como la dietas especiales que los corredores deben hacer si buscan tener un óptimo rendimiento en la pista o conservar el músculo y quemar solamente la grasa, con los hábitos alimenticios de los escritores. Pero eso es harina de otro costal. De dietas, los escritores conocen muchas, pero privilegian las de los tacos de la esquina, los hot dogs y las caguamas banqueteras.
“Quien corre está loco”, llegó a decirme el entrenador la primera vez que pisé la pista. “¿Quién en su sano juicio se muele los músculos, los huesos, sobre todo las rodillas, nada más para desafiar la gravedad?”
Y sí, quien corre está loco. ¿Alguno de ustedes sabe de qué viven estos atletas?, ¿alguno de ustedes conoce el nivel de compromiso que tiene cada uno con el correr?, ¿alguno sabe cuánto tiempo debe dedicar y qué esfuerzos debe hacer un fondista o velocista para competir un medio maratón, maratón o carrera de relevos?, ¿alguno de ustedes sabe de qué vive un atleta profesional? Seguro no y es porque muchos de los bajacalifornianos no corren ni en defensa propia, sobre todo porque Tijuana carece de zonas de esparcimiento, de áreas verdes donde hacer deporte, incluso la ciudad no está diseñada para los transeúntes, mucho menos para que adolescentes o adultos salgan a correr a las calles sin temor a ser atropellados por el excesivo tráfico vehicular.
En el pasado muchas veces intenté correr en Zona Río, Agua caliente, y en más de una ocasión pude haber sido arrollado por una camioneta conducida por una ama de casa estresada o un padre de familia acelerado. Lo peor no es esquivar los carros, lo peor sucede cuando los conductores hacen sentir culpables a los corredor por salir a hacer deporte a la calle, como si hacerlo fuera una grosería que se debe castigar echándonos el carro encima.
Y me atrevo a repetir que seguro mucha gente no sabe qué es correr, ni mucho menos qué es hacerlo profesionalmente, pues hace un par de semanas el grupo de chicos con los que suelo entrenar estaba buscando las formas, junto con su entrenador, para conseguir el dinero que los ayudaría a pagar la mensualidad del gimnasio donde se fortalecen en las mismas instalaciones del CREA, pues de un día para otro les retiraron el apoyo mensual por razones que no quiero alargarme explicando aquí.
Cualquiera de ustedes puede estar de acuerdo conmigo: la verdadera calidad de vida de una sociedad se ve reflejada en su transporte público y en sus áreas deportivas. En Tijuana carecemos de ambas.
Si en el grupo de corredores hay dos personas que saben escribir, lo primero que se le ocurrió a mi esposa fue redactar una carta a la regidora de Salud y Deporte que expresara detalladamente la situación, y anexar en ella las semblanzas académicas y los logros deportivos de los ocho corredores jóvenes, que no pasan siquiera de los 22 años. Una vez lista la carta, los corredores con más edad se la llevaron a la regidora, pero quien los atendió fue su secretaria. De la funcionaria no hubo respuesta hasta una semana después. Su agenda, según la misma secretaria, estaba atiborrada. Y no lo dudo, durante la inauguración de la Feria del Libro de Tijuana vi a la regidora ocupando frente a mí la primera fila en la Sala Federico Campbell del Cecut, como si ella hubiera tenido algo que ver con la organización de la misma feria y en realidad estuviera comprometida con la promoción de la lectura. Vamos, que si algún periodista incisivo (uno de esos que se toman la molestia de hacer su trabajo) le hubiera preguntado el nombre del homenajeado nacional o por alguno de sus libros que se presentarían, la regidora seguro habría cantinfleado. Al final de la ceremonia posó, como otros tantos funcionarios, para la foto al lado de la autoridad municipal. Hoy en día el trabajo diario de muchos funcionarios públicos es sonreír frente a la cámara.
Cabe escribir que no hubo respuesta ni apoyo por parte de la regidora de Salud y Deporte. Pero tenaz como siempre ha sido, mi esposa le platicó a una amiga lo sucedido y esa amiga, bien intencionada por cierto, le comentó que ella le mandaría la misma carta a otra regidora pero del Partido Acción Nacional, el mismo que ahora gobierna Baja California y dirige Tijuana. Su respuesta fue la que suponíamos iba a ser: ningún regidor tiene acceso a la partida de gasto social. Como para suavizar las cosas, la funcionaria mandó decir que pusiéramos en una hoja los datos de cada muchacho para ver qué se podría hacer después.
Al final terminamos preguntándonos: ¿qué se puedo esperar de los regidores si no son capaces ni de leer completa una carta?
Podríamos seguir hablando de lo desatendida que está la ciudad por parte de los funcionarios públicos, como por ejemplo podríamos escribir sobre los baches de Tijuana. Pero eso es tema para otra columna. Lo que sí puedo decir es que la abundancia de los mismos ya se convirtió en tema de escritura literaria en mi seminario de creación. Mis alumnos andan escribiendo cuentos que inician así:
“En una mañana cualquiera, mientras conducía rumbo al trabajo, esquivé un bache, luego otro y, sin saber cómo, mi carro cayó en uno enorme que me trajo a esta isla desierta, donde espero encontrar otro bache para volver a casa”.